La buena vida

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Cuando estoy cerca del mar me despierto más temprano y no me da pereza levantarme. Detrás de la cortina entornada del balcón está la gran promesa del día recién comenzado, el mar como una lámina de acero con variedades de grises tan sutiles como los de las nubes. Entre ellas se filtran claridades irregulares de sol que relumbran brevemente en el mar y se esfuman según el cielo vuelve a encapotarse. Entonces es como si la mañana hubiera retrocedido y regresara hacia el amanecer. Bajo a los jardines del hotel para darle el primer paseo a nuestra perrita -que cumple con puntualidad y pulcritud sus obligaciones higiénicas-y el aire limpio y fresco huele intensamente a tierra mojada, a hierba, a corteza de árbol, a vegetación umbría. En medio de la pradera hay un tilo como una catedral. Hace falta inclinarse bajo las ramas que casi rozan el suelo  para ingresar en la penumbra de bosque que alberga su copa tan tupida.

Dando el paseo me acuerdo del libro que estuve leyendo ayer durante casi toda la tarde, y que se quedó en la mesa de noche cuando me rindió el sueño: Brilliant- The Evolution of Artificial Light, de Jane Brox. Es uno de esos libros de historia de alguna cosa en apariencia nimia que acaban siendo exploraciones apasionantes de una faceta del mundo en la que uno no había sabido reparar: como los seres humanos han iluminado sus noches, desde las lámparas de grasa animal en las cuevas prehistóricas… En Inglaterra y en Estados Unidos hay un talento particular para esta clase de libros, a la vez rigurosos y divulgativos, contados con entusiasmo y con conocimiento. Me gusta descubrirlos y me gusta también escribir sobre ellos. Creo que a un escritor de ficción le ayudan a educarse en la humildad ante el mundo real y en la disciplina del relato de los hechos. Pero me contengo, porque he de hacer un artículo esta semana, y ya empiezo a verlo casi escribiéndose solo mientras leo este libro.

Manuel Couceiro y Gregorio me animan a dar consejos de lectura. La verdad es que lo que yo más leo no es ficción. Leo más historia, o divulgación científica, o poesía, o biografías de músicos, o esa clase de libros peregrinos como Brilliant, que me gustan más porque están a medio camino entre la historia y la ciencia, y también rozan otros ámbitos, como el de la literatura o las artes: ¡escribir sobre la iluminación de la noche abarca íntegra la experiencia humana! ¿Qué hay que no tenga que ver con ella?

Pero voy a compartir aquí nombres de autores y de libros literarios que me han gustado en los últimos y no tan últimos tiempos, que despiertan mi admiración y ese deseo de seguir leyendo que es tan verdadero, y tan primitivo, como el de seguir escuchando una historia en voz alta. El verbo que no voy a usar es uno que se repite mucho en ambientes literarios, “interesar”. “Me ha interesado mucho tu última novela”. No sé lo que significa eso. Los libros gustan o no gustan, provocan entusiasmo o indiferencia.

Coincido con dos nombres que apunta Couceiro: me gustan mucho los cuentos de Fernando Aramburu y de Hipólito G. Navarro. Con Hipólito me escribía asiduamente hace años, y colaboré en una revista que él hacía. De Fernando Aramburu me impresionó Los peces de la amargura. Estos últimos meses, desde que regresé de Nueva York, he hecho unos cuantos descubrimientos: la novela El hijo del futbolista, de Coradino Vega, intensa y honda en su brevedad, los Diarios de Iñaki Uriarte, que son un ejemplo de naturalidad y agudeza, el ensayo de divulgación Redes complejas, de Ricard Solé, un libro de cuentos de Patricio Pron, El mundo sin las personas que lo arruinan y lo afean. Tengo muchas ganas de leer los nuevos poemas de Justo Navarro, porque hace veintitantos años, cuando Justo y yo acabábamos de conocernos y él no había publicado aún ninguna novela, me entusiasmaron sus dos primeros libros, Los nadadores y Un aviador prevé su muerte. Entre mis novelas preferidas de estos últimos años hay dos de José Ángel González Sainz, Volver al mundo y Ojos que no ven, que salió hace unos meses. En poesía, la impresión mayor que he recibido en bastante tiempo ha sido Hojas de Madrid con La galerna , de Blas de Otero. Y creo de corazón, y con mi más sincera probidad de lector, que la novela de Elvira Lindo que está a punto de salir, Lo que me queda por vivir , es una invención literaria de una intensidad de experiencia y una calidad de escritura que dejan sin aliento.